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Lo que encierra un avivamiento

  • Luis Alfonso Gutiérrez M.Div.
  • Jul 27, 2016
  • 3 min read

Existen muchos creyentes pregonando que la Iglesia Cristiana está disfrutando de un gran avivamiento espiritual. No podemos negar que la iglesia en estos tiempos ha crecido considerablemente, pero crecimiento no quiere decir avivamiento. Lo que percibimos no tiene las características de un verdadero avivamiento, son simplemente algunos focos de crecimiento espiritual que dista mucho de ser denominado como avivamiento, porque éste proceso va más allá de simples reuniones con multitudes que dicen creer en Dios.


Al analizar los avivamientos que han precedido, estos propiciaron cambios fundamentales, no sólo en la parte espiritual, sino en las sociedades donde tuvieron lugar. Un verdadero avivamiento debe tener la capacidad de producir un resurgimiento ético y moralizador en la sociedad. Debe ser una herencia de renovación espiritual, evangelización y reforma social.


Esto fue lo que se vivió durante el avivamiento que Juan Wesley experimentó durante el siglo XVIII, un tiempo histórico en el cual se desarrollaron cambios fundamentales sobre todo en Inglaterra y Estados Unidos. Wesley tuvo una actitud y una disposición permanente al cambio, la creatividad y la innovación, en cuanto a las formas de organización y modos de desarrollar la misión de la Iglesia. El amor por las personas inconversas lo llevó a romper con sus estructuras mentales y las del sistema parroquial anglicano.


El avivamiento de Wesley mostró ser un movimiento popular de fe, capaz de proclamar un evangelio de gracia y santidad que resultaba ser efectivamente salvador para las multitudes sumidas en la miseria. Al romper con el monopolio político - religioso, colocando la fe al alcance del pueblo humilde, dignificó a las personas haciéndolas protagonistas de su destino, y participantes activas de sociedades que ofrecían una alternativa de vida.


Durante el movimiento de ese entonces, Juan Wesley no sólo experimentó la conversión de miles de creyentes, sino que como consecuencia el avivamiento wesleyano trajo la transformación moral y espiritual, especialmente entre los sectores marginados de una sociedad que comenzaba a experimentar los efectos de la revolución industrial. La ética surgida de estos conceptos era sumamente efectiva, no solo porque constituía una ética social, sino también individual.


Esta ética derivaba de una poderosa fe en la relación del individuo con Dios, promovía un fuerte sentido de responsabilidad moral personal, muy similar a la ética puritana, alentando las virtudes del ahorro, diligencia, honestidad, trabajo duro y temperancia. El cuidado personal estaba en una relación natural con la ayuda en el cuidado de los demás. Esta ética tenía la distinción adicional de traspasar las barreras de clase y religión.


Lo que se ha visto durante la primera decada de este siglo no es avivamiento, al contrario, es un evangelio desdibujado por la avaricia y el desorden en el cumplimiento de la misión de la Iglesia. Algunos pastores y evangelistas sólo les interesa competir por quien tiene la congregación y el templo más grande, quien es el mejor y más famoso; mientras que en sus mensajes la Biblia está fuera, la gloria para Cristo no existe, y sólo piensan en sus grandes logros.


Los valores bíblicos son cada día más escasos. Lo verdadero consiste simplemente en aquello que es ventajoso para los intereses personales, los valores de referencia son el éxito, la eficacia y lo que suponga logro ó beneficio. “Si algo funciona bien y resulta, hazlo”, “el fin justifica los medios”. El pragmatismo proclama una verdad superior fuera de la verdad absoluta de Dios. La sed de éxito está llevando a muchas iglesias y denominaciones a ceder en principios morales y espirituales, y a cambiar su fundamento de fe y conducta.


La iglesia no debe cambiar la sal por miel ó la luz por la bengala para atraer gente. El profeta Isaías dice: “¡Ay de los que traen iniquidad con cuerdas de vanidad, y el pecado como con coyundas de carreta!… ¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo! ¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos!”. (Isaías 5:18 - 20 - 21).


Las Sagradas Escrituras, como revelación de Dios, siempre deben ser la autoridad suprema de fe y conducta. Ante el afán desleal y osado de los apóstatas por restarle autoridad, la Iglesia fiel ha de mantenerse firme en su defensa. Ante la flagrante tergiversación de la Biblia, es ineludible que la Iglesia se mantenga asida de la Palabra de vida. Esta será la única forma de traer un verdadero avivamiento a nuestra necesitada nación.


Es responsabilidad de la Iglesia ser sal y luz. Como sal para detener el proceso de descomposición social, y como luz para deshacer las tinieblas del mal. Por esta razón no debemos convivir con aquello que quita nuestra sazón, y que nos aparta de la dirección hacia el camino eterno que debemos transitar cada día.



 
 
 

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Extendiendo el Reino de Dios en el poder del Espíritu

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